EL ADELANTO. Salamanca, 16 de marzo de 1902.
COSTUMBRES SALAMANQUINAS
EL BAILE DE LOS ALFILERES
Al oír ¡qué charro es eso! acuden a mi memoria
recuerdos, unos tristes, otros alegres, del tiempo que pasé en la hospitalaria
tierra de Salamanca.
En el pintoresco pueblecito de Fuenteguinaldo conocí a
Macaria, lindísima charra de rostro gracioso y picaresco, de abultado seno,
boca como un piñón, diminutos y blanquísimos dientes y, como complemento de
aquel divino semblante, un hoyuelo chiquito, muy chiquito, en su redondita
barba, que producía más tentaciones que las que San Antonio es fama que
resistió.
En los agrestes cerros que circundan el pueblecito, pasó su
niñez Macaria, libre cual los pájaros, saturando sus pulmones del oxígeno del
campo, rebosando salud por todos los poros de su cuerpo y pletórica de vida.
En su compañía crióse Andresillo, chicuelo desarrapado, sin
más padres ni más calor que el que la humanidad, harto cruel, devolvíale a
cambio de sus servicios.
Juntos corrieron por los montes y llanuras alegrando
aquellos sitios con sus inocentes cantares, que al igual que los armoniosos
trinos de las avecillas, saludaban a la aurora y despedían al día, cuando al
caer de la tarde recogían las ovejas en el redil y retirábanse a descansar en la
sucia y antihigiénica pocilga que de albergue les servía.
A causa de sus poco trato con las personas, era Andresillo
de carácter tímido, apocado; virgen de toda idea innoble o reprochable, poseía
esa sencillez de que suelen estar dotados los rústicos hijos que, cual tiernas
florecillas, críanse entre las abruptas sierras o en las alegres llanuras.
El amor, ese bálsamo divino que nos legó Dios para hacer más
llevadera nuestra mísera existencia, se apoderó del corazón de Andresillo,
torturando su alma y arrebatándole la tranquilidad de que hasta entonces
disfrutara.
Amó a la angelical Macaria con amor salvaje como su
naturaleza.
Ella, mujer al fin, voluble, coqueta y caprichosa, alentó
sus esperanzas, jugó con el corazón del inocente Andresillo, cual se hace con
un juguete que se toma y se deja a capricho del deseo, concluyendo por
desgarrar su alma fibra a fibra, con el más amargo desengaño.
No sé cómo fue, ni pretendí averiguarlo: Macaria se casaba,
pero no con el bobalicón de Andresillo, pues tesoros como aquel no estaban en
el mundo para que un pobre paria, sin parientes y sin familia, convirtiérase en
su dueño….
… … … … … … … … … … …
… … …
Al amanecer del día señalado para la boda, el tamborilero,
según tradicional costumbre, recorrió las calles del pueblo, despertando a sus
tranquilos moradores con los alegres sones de su viejo tamboril.
Llegó la hora de la ceremonia, y allá fueron los invitados
con sus largas capas de burdo paño, a pesar del calor que se sentía, y las
mujeres con sus pintorescos trajes de chillones colores.
Macaria, radiante de hermosura, sonreía llena de placer, y
con sus miradas, por las que parecía escapársele el alma entera, embriagaba a
aquel a quien dentro de breves instantes quedaría unida con los indisolubles
lazos del matrimonio.
Concluyó la ceremonia, y en la espaciosa plaza del pueblo
celebróse el baile del roscón, el cual fue concedido a la mejor pareja
que ejecutó aquel conocido baile.
Después verificose el de la naranja, en cuya fruta,
clavada en un cuchillo, depositaba cada persona una o varias monedas de plata,
y con estos objetos en la mano, bailan la novia, siendo de ver, que al
final, todos abrazaban a ésta, y dejaban correr el llanto, y mucho mayor era
éste, cuando más monedas dieran.
Retiráronse a reponer las fuerzas y descansar del trajín del
día, y a la noche, en amplio y cómodo salón, celebróse el baile de los
alfileres, sacando el novio a bailar a todas las muchachas que concurrían,
y haciendo la novia igual con los mozos, los que, en cambio, daban su pequeño
óbolo, o sean, los alfileres para la novia.
Allí, en el salón, encontrábase el bobalicón y simplote de
Andresillo, y en su feroz mirada pude comprender los horribles sufrimientos que
torturaban su alma.
Le vi mover nerviosamente varas veces su curtida mano en la media
baca que de cinturón le servía, brillar un arma que empuñaba con
desesperación, y dirigirse resueltamente hacia el sitio en que se encontraba la
pérfida Macaria.
Temí una desgracia, y me acerqué a su lado, y cuando yo
creía presenciar una agresión por parte del simpático Andresillo, vi que
depositaba en manos de su antigua amante un puñado de relucientes monedas, al
propio tiempo que le decía con lágrimas en los ojos:
¾
Toma, Macaria; yo también quiero regalarte los
alfileres y perdona si alguna vez este pobre charro, sin familia y sin
cariño de nadie, intentó poseer el tuyo. Recibe estas monedas como pago a las
felices horas que disfruté a tu lado…
Y bailaba, bailaba, apretando fuertemente entre sus nervudos
brazos el esbelto talle de la angelical Macaria.
… … … … … … … … … … …
… … …
¿Tuvo miedo de cometer un crimen? NO; es que acordándose de
que era hombre, decidió vengarse con el castigo más justo: con el desprecio.
Para los que no son capaces de ejecutar una acción tan noble
como aquella, Andresillo sería un imbécil sin corazón y sin sentimientos; para
mí fue un alma muy grande, muy grande, al igual que aquel divino Redentor que
murió para redimir a los mismos que lo escarnecieron.
EMILIO SANTIAGO DIÉGUEZ
Córdoba 3-12.