Transcripción literal del Libro de partidas de defunción de 1852 a 1876 de la parroquia de Fuenteguinaldo.
Estas actividades se siguieron realizando hasta los años 70 del siglo XX.
Santa Misión. Año 1872
En la villa de Fuente Guinaldo el día doce de abril de este año tuvo lugar la inauguración de una misión por orden del Excmo. e Ilmo. Sr. Obispo de Salamanca y Administrador Apostólico de Ciudad Rodrigo. Dieron la Santa misión D. Tomás Betesta, Dignidad del Arcediano de la Santa Basílica catedral de Salamanca, D. Nicolás Hernández Tavares, párroco arcipreste de Peñaranda de Bracamonte y D. Lorenzo Domínguez, teniente cura de San Morales. Terminó la Santa Misión el día veinte y uno del mismo.
Los ejercicios de la misión consistían en una misa que se celebraba por uno de los padres misioneros a las ocho de la mañana, durante la cual otro de los padres desde el púlpito explicaba al pueblo los misterios del Santo Sacrificio. A las diez y media de la misma tenía lugar todos los días la pequeña misión consistente en una plática doctrinal para los niños y niñas que habían de comulgar. Todos los días al obscurecer salían los padres misioneros procesionalmente, acompañados del párroco que con ornamentos sagrados llevaba la Santa imagen de Jesús Crucificado, y párrocos y eclesiásticos del Arciprestazgo. El Ayuntamiento todo en cuerpo y multitud de vecinos con hachas encendidas, precedidos por todos los niños y niñas que alternaban en los cánticos propios de la Santa Misión. Llegados al templo se daba principio por el Santo Rosario, rezado desde el púlpito por uno de los padres, alternando los otros dos todas las noches con la plática doctrinal y el sermón propio de misión, siendo tal la concurrencia desde el primero hasta el último día, tanto de este pueblo como de todos los del contorno, hasta de tres y cuatro leguas de distancia, que a pesar de la espaciosidad del magnífico templo de esta parroquia hubo días que apenas pudo contener el excesivo número de fieles que, ansiosos de oír la palabra divina se les observaba con religioso recogimiento, siendo tales las lágrimas, sollozos y suspiros, que muchas veces los oradores se vieron precisados a interrumpir sus discursos para dar tregua al desahogo de todos los corazones conmovidos y penitentes. Terminados los ejercicios se regresaba en la misma forma a la Casa Rectoral cantando el “Perdón, oh, Dios mío”, siguiendo todo el pueblo, lloroso y que postrado recibía humilde la bendición que con la imagen del Crucificado se despedía a todo el pueblo.
Entre las muchas impresiones consoladoras que todos los días produjo la Santa Misión, son muy de notar las de los días diez y nueve y veinte y uno, en el primero de los cuales comulgaron en corporación todos los párrocos y sacerdotes del Arciprestazgo, acto conmovedor y edificante que arrancó lágrimas de consuelo a todos los fieles, quedando para siempre grabado en su corazón.
El día veinte y uno, último de la misión, tuvo lugar la comunión general, habiéndose acercado a la sagrada mesa innumerable multitud de fieles, sin contar los muchísimos que en todas las misas de los días anteriores y las de este mismo día lo verificaron. Fue distribuida la sagrada comunión por uno de los padres misioneros, durante la cual otro de ellos dirigía perdones y santas aspiraciones que a todos hacían verter lágrimas al recibir dentro de su pecho al Santo de los Santos. En el mismo día, a las once de la mañana tuvo lugar una solemne misa, siendo el celebrante el párroco D. Miguel Mateos, con su Divina Majestad de Manifiesto. Después de cantado el evangelio subió al púlpito uno de los padres para predicar el sermón de Perseverancia, siendo tal la impresión y efecto que produjo, que se vio precisado a bajarse de la sagrada cátedra por no dejarle continuar las lágrimas del numeroso pueblo compungido. En la misma misa tuvo lugar la imponente e inolvidable ceremonia de la primera comunión de niños y niñas distribuida por el mismo párroco, siendo de notar la religiosa compostura impropia de la edad con que se acercaban aquellas almas angelicales a alimentarlas por primera vez con el Pan de los Fuertes, dando más realce al acto los trajes blancos, símbolos de la pureza, con que se acercaban las niñas con sus coronas de flores a la cabeza y velas encendidas en sus manos. Dirigió el acto desde el púlpito uno de los padres misioneros, haciendo que renovaran las promesas del bautismo, respondiendo todos ellos en voz alta a las preguntas que el padre les dirigía, lo cual produjo en el religioso auditorio una impresión y llanto imposible de describir. Terminado el Santo Sacrificio tuvo lugar por el interior del templo una solemne procesión con el Santísimo que fue solemnizada con los cantos de los sacerdotes, alternando los melodiosos ecos de una banda de músicas de aficionados del pueblo, concluyendo todo a las dos y cuarto de la tarde.
A las cuatro de la misma, después de rezarse el Santo Rosario, predicó uno de los padres misioneros el sermón de despedida, el que fue tan tierno, tan patético que no pudo concluirlo, ahogándose su voz entre los gritos, lágrimas y sollozos del pueblo, siendo necesario para acallarle el tener que cantar el himno “Salve Virgen bella &…”, después del cual salió por las calles de la Villa procesionalmente la Virgen de los Dolores, patrona de la Santa Misión y conducida en hombros de las señoras más principales del mismo pueblo.
Incalculables fueron los frutos recogidos en esta Santa Misión. Odios extinguidos, restituciones hechas, matrimonios revalidados, innumerables almas saliendo del pecado y todas enfervorizadas en el santo temor de Dios, he ahí el resultado de la Santa Misión.
Glorias pues sean dadas a Dios que en medio de tanta incredulidad y desvaríos levante del seno de la Iglesia, de una Iglesia tan perseguida y angustiada, ministros suyos que vayan a cooperar a la grandeza de obra de salvación a que con grande celo se dedican los padres espirituales de los pueblos y sacar del inmundo cieno del vicio a los que en él se encuentran arrojados.
Fuente Guinaldo, veinte y cuatro de abril de mil ochocientos setenta y dos.
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